domingo, 4 de noviembre de 2012

Una mala semana




Hagan memoria durante unos segundos. ¿Cuántas películas pueden recordar que empiecen con un personaje despertándose por la mañana? Apuesto a que decenas, cientos, puede que incluso más, a las que se suma desde hoy Headhunters (Morten Tyldum, 2011), otra adaptación de novela negra escandinava que recala en salas españolas con un año de retraso desde su estreno mundial. Al protagonista de esta historia no solo le vemos levantarse, sino también desayunar, dar los buenos días a su mujer, arrancar el coche y dirigirse a su trabajo. Cada paso puntuado por su voz en off que nos explica la rutina satisfactoria de su existencia. Es un hombre de éxito, al parecer, y pronto su vida se va a ir la mierda.  

Comenzar un relato por la mañana, por el principio de la historia, es un recurso inconsciente del guionista profesional. Empezar desde cero, presentar al personaje en su vida cotidiana, desarrollar con orden y sentido el espacio en que transcurre su identidad, su medio ambiente. Rasgos de una película educada y gobernada por la razón de una tabla de sumas y restas, sin multiplicaciones ni números primos. Durante la primera media hora del film asistimos como mudos espectadores a una presentación de libro, donde un universo establecido anuncia indicios de resquebrajarse a partir de ciertos agujeros y diminutos errores cometidos por el protagonista en el marco de lo previsible. Conformes en que se trata de la adaptación literaria de una novela comercial, anhelada en su versión cinematográfica por hambrientos lectores que, curiosamente, solo desean ver sus imaginaciones representadas en la pantalla, sin golpes de timón inesperados, sin sorpresas ni variaciones respecto al texto original. Desean ver lo que ya conocen, así que les gustará ese primer acto tan racional, tan sofisticado, tan banal. Son los mismos espectadores, supongo, que agradecieron la última media hora del Millennium (The girl with the dragon tattoo, 2011) de David Fincher, la cual debería haberse quedado para siempre en la sala de montaje. 


Por alguna razón solemos aceptar que la cordura y el orden gobiernan la realidad cotidiana. Ese es nuestro primer error al entrar en una sala de cine o al leer los periódicos matinales. Asumimos que la verdad y la realidad son una misma cosa. Por eso la última media hora de la película nos ofrece un regreso a ese principio normalizado de lo cotidiano. Hemos vivido una pesadilla, una mala semana que se ha terminado con moraleja incluida. Ahora piensen, ¿cuántas películas que comienzan con un despertar terminan con otro paralelo? Quizás no sean tantas, pero a ese número considerable también se suma Headhunters, porque el amor del guionista profesional a empezar sus relatos por el principio es un capricho, una simple moda al lado de su amor a terminarlos de forma circular. Un buen final, como final auténtico, como como final tranquilizador, es aquel que termina bien, con todos sus elementos reparados y en equilibrio con las exigencias de la razón.

Parece lógico, pero también muy aburrido. Si ha tenido tanto éxito la novela negra escandinava es precisamente por lo contrario. Por la ristra de violadores, sádicos, nazis, empresarios y demás hijos de puta que colman sus páginas. A los lectores les gusta ver las apariencias trastocadas, desean ver a los ricos sufrir y retorcerse de dolor; ver cómo se desploman edificios imponentes y se abren como flores los secretos mejor guardados. Headhunters despierta en realidad a la media hora de metraje, cuando su director decide soltar a la jauría de perros del caos. Son cuarenta y cinco minutos catatónicos, inexplicables, de perversión en llamas, en los que el personaje se ve obligado a escapar de su entorno seguro y adentrarse en los bosques noruegos de la sinrazón, donde la lluvia precede a la tormenta, la noche y la muerte.

Se diría que en el minuto treinta y cinco se acciona en la película algún resorte oculto, suena el pistoletazo de salida y empieza a correr el cine. Su cambio de ritmo es repentino. Demuestra entonces el film una maldad considerable para provocar el desorden social en el seno de la trama. En este Headhunters caben truculentos asesinatos, surrealistas persecuciones a través del campo y auténticas bizarrías como sumergir a su personaje en un pozo de excrementos que tendrá que cargar a su espalda durante toda la noche. Y siempre gobernados por el azar, por la incomprensión de una cadena de sucesos abierta a la elucubración, sin amigos ni enemigos declarados. Puro alboroto, griterío sangriento en el que solo la violencia, cuando surge, se siente como real, como prueba de que el dolor existe, de que está al acecho tras ese frágil equilibrio que llamamos razón y que nos gusta tanto, que tanto nos aplaca, que siempre deseamos recobrar en el epílogo de las películas incluso haciendo la vista gorda a las numerosas trampas de guion que nos lo devuelven intacto. O casi intacto.

Headhunters. Director: Morten Tyldum. Guionistas: Ulf Ryberg y Lars Gudmestad, basado en la novela de Jo Nesbo. Intérpretes: Aksel Hennie, Nikolaj Coster-Waldau, Julie R. Olgaard, Daniel Bratterud. 101 minutos. Noruega, 2011. 



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