viernes, 24 de mayo de 2013

Unas líneas


Han pasado ya tres meses desde el último post en Voces distantes. Parece un largo tiempo de silencio y, sin embargo, esta ausencia no ha sido premeditada. Otras obligaciones se han interpuesto para impedir que escriba más artículos. Porque películas las ha habido -incluso algunas muy grandes- que no han encontrado su tiempo ni su lugar: Zero dark thirty, Dans la maison, Los ilusos, The master, Tabú...  


Aún es posible que mañana mismo me siente a redactar unas líneas sobre el próximo estreno. Pero, por si acaso, quiero dejar aquí un intento de justificación. Quizás esta pausa signifique el fin de este blog, quizás se convierta en algo eventual o, por el contrario, conduzca al principio de algún otro proyecto. En cualquier caso, muchas gracias a los que habéis visitado este sitio. Espero que haya merecido la pena. 


Un saludo a todos.


martes, 26 de febrero de 2013

Una triste carcajada ("Killer Joe")




La película comienza bajo un aguacero torrencial, insaciable. Las llamas que se elevan de un bidón alumbran la silueta de un gato negro que cruza. Llega entonces un extraño que es recibido por los ladridos del perro guardián. Golpea la puerta con urgencia, grita y golpea la puerta sin que nadie acuda para responder a su llamada. La lluvia arrecia. Se trata de Killer Joe (2010), la última película de William Friedkin –aún sin distribución en nuestro país–, que recibe a su público con una clara advertencia para extraños y turistas. En cuanto esa puerta se abra nada podrá detener una cadena de catástrofes rodeadas de sexo, violencia brutal, dolor y sufrimiento. Una comedia del director de El exorcista (The exorcist, 1973) y The french connection (1971). Un perfecto regalo envenenado.

Desde hace unos años, se ha hecho consciente Friedkin de la pérdida irremediable de aquel realismo hosco que le hizo grande. Basta ya de intentarlo más. Tampoco puede esperar que le ofrezcan esos guiones que no ha recibido durante los últimos treinta años. A nadie le interesa demasiado su carrera –para qué negarlo– porque siempre ha sido un cineasta incómodo en Hollywood, hasta en los tiempos en que el éxito de taquilla estaba de su parte. Por ello su único resquicio ha sido empezar de cero en el cine independiente suburbial, reinventándose a sí mismo desde las raíces de su vocación creativa. En concreto, adaptando obras de teatro –sin riesgo económico alguno–, con las que está dispuesto a recuperar su fama como el director que fue: el director de la oscuridad, del lado más tenebroso, más sucio y sórdido del ser humano. El maestro hostil.

Sus dos últimas películas podrían considerarse la venganza del hijo pródigo norteamericano que no espera fiestas ni abrazos a su regreso. Algo de eso había empezado a gestarse en The hunted (2003), película en la que el camuflaje del cine de acción era usado para apuntar hacia las contradicciones del patriotismo yanqui. En el fondo, una obra insatisfactoria si la comparamos con los dos últimos exabruptos perpetrados en colaboración con el guionista Tracy Letts, su alma gemela. Sin concisiones hacia el buen gusto –las pocas que pudiera tener antes–, sin escrúpulo ninguno como cineasta, tanto Bug (2006) como Killer Joe dibujan una sociedad enferma y enfermiza, estomagante, absurda, disfuncional. Por sus imágenes desfilan en sucesión sádicos, asesinos, excombatientes trastornados, pervertidos, violadores, mafiosos y otros monstruos, dignos sucesores de aquel diablo que decidiera tomar por suya a una niña neoyorquina allá en los años setenta.

Al igual que ocurría con Francis Ford Coppola –con el que Friedkin comparte una situación muy similar–, hasta hoy conocíamos sus grandes películas y también las malas, aquellos encargos asumidos como medio de supervivencia. Sin embargo ahora, en esta última etapa, ambos han resuelto abrir una tercera vía, la de las películas posibles. Killer Joe quizás no sea una obra maestra. Quizás no haga ninguna más. De hecho, parece dirigida por un estudiante de cine tan audaz como perturbado, nunca por un veterano galardonado con varios Oscars de la Academia. Killer Joe es una sátira perversa, muy perversa, con muy mala hostia. Se viola en ella a una chica retrasada. Tiene lugar una felación a un muslito de pollo. Y todo concluye en una cena familiar, organizada por un psicópata, en la que cada plano respira una sospecha de homicidio. Un sentido del humor muy personal el de William Friedkin y que a los críticos más serios de los Estados Unidos no les ha hecho ni pizca de gracia. Ni una triste y sola carcajada. Friedkin está en plena forma.


Killer Joe. Director: William Friedkin. Guionista: Tracy Letts. Intérpretes: Matthew McConaughey, Emile Hirsch, Thomas Haden Church, Gina Gershon, Juno Temple. 103 minutos. Estados Unidos, 2011. 

jueves, 21 de febrero de 2013

Diálogo de besugos ("In another country")




Tres películas han coincidido el pasado año 2012 que tratan el mismo tema de la relación entre la literatura y la realidad. Me refiero a En la casa (Dans la maison, François Ozon), Ruby Sparks (Valerie Faris y Jonathan Dayton) y esta In another country (Da-reun na-ra-e-suh) del director y guionista Hong Sang-soo. Una película europea de calidad, una película independiente norteamericana y esta coproducción entre Corea del Sur y Francia que se ha visto en el último Festival de Cannes con críticas en su mayoría positivas. Su autor, cineasta de las relaciones humanas y de las diferencias entre el cine y la vida, se cuenta desde hace unos años entre los hijos predilectos del certamen francés. En el mayor mercado del cine mundial, su cine refrescante, de apariencia improvisada e ingeniosa, supone una bocanada de aire fresco entre tanto aliento contenido. La ligereza es, precisamente, la cualidad que mejor define a In another country. En efecto, la película “se parece mucho a algo que se escribe en una servilleta y se rueda en una tarde” como escribía un crítico de los Estados Unidos. Aunque no en un sentido peyorativo –tal como él pretende– sino dicho con envidia de la libertad creativa que exhibe el cineasta coreano. A un ritmo de dos películas al año –películas baratas, de producción mínima–, Hong Sang-soo conserva esa fluidez que identificaba al Woody Allen de sus primeras décadas. 

Una mujer francesa –Isabelle Huppert– visita una casa de huéspedes en la costa de Corea del Sur. Lo hará tres veces con tres pasados distintos, tres motivaciones variables pero el mismo resultado final, ya que conforma –en un nivel superior– el proceso de escritura de un guion a cargo de una joven inexperta. La película –de apenas hora y media– se compondrá de las rescrituras sucesivas de un mismo relato con posibilidades infinitas –como, en cierto modo, ocurría con Holy motors (Leos Carax, 2012)–. Nos demuestra con ello Sang-soo que cada pieza de un relato puede intercambiarse y manipularse en una misma cadena sin alterar el trasfondo del mensaje. Es, por tanto, un ejercicio de gramática audiovisual mediante un juego de muñecas rusas que se superponen al relato primigenio de la estudiante.

Durante su búsqueda de un pequeño faro de dudoso interés turístico –metáfora de esa luz que ansía la mujer–, Huppert se dedicará a recorrer las calles de su barrio –como la propia película inacabadas, descuidadas– y a introducirse en tortuosas conversaciones que responden exactamente a lo que aquí, en España, llamaríamos diálogos de besugos. Quizás por los recursos limitados de la joven autora, quizás por la barrera del idioma de Anne –de ahí su título–, quizás porque la comunicación entre los seres humanos sea solo una utopía, los personajes de In another country son incapaces de entenderse a pesar de sus esfuerzos; son incapaces de transmitir sus sentimientos por medio del lenguaje, aunque también puede ser el lenguaje el que sea incapaz de dar cuenta de sus desconciertos y confusiones personales.

Mediante un humor absurdo digno de un Beckett o un Ionesco, la película de Hong Sang-soo nos cuenta, sin embargo, un relato amargo sobre la soledad inherente al ser humano. En la secuencia más hilarante del film, Anne intenta encontrar respuestas en la sabiduría de un monje del que solo consigue aumentar su confusión –la de ambos– en un laberinto sintáctico inexplicable tras el cual resuelve acostarse con un socorrista sin demasiadas luces. Y de nuevo a buscar el esquivo faro. Escondido tras la indirecta inspiración de la joven escritora, el cineasta coreano realiza así una sátira de los problemas de comunicación o de código que nos impiden satisfacer nuestras necesidades sociales. Ese código bien podría ser la carta que Anne le escribe al socorrista pero que este no puede descifrar a pesar de que conoce el idioma: simplemente no entiende la letra. Imposible no sentirse identificado con semejante sucesión de despropósitos emocionales pues, en ocasiones, las personas somos como ellos, torpes personajes de un guion deslavazado que recrea para nosotros otro guion impecable. Magnífica película coreana.


In another country (Da-reun na-ra-e-suh). Director y guionista: Hong Sang-soo. Intérpretes: Isabelle Huppert, Yu Jun-Sang, Moon So-Ri, Jung Yu-Mi, Yoon Yeo-Jung. 89 minutos. Corea del Sur, 2012.